Y entonces todo tiente sentido.
Como cuando te explico
que todo aquello del dolor
era un juego peligroso y adictivo
al que acabé suplicando de rodillas
para que no se fuera
aunque nunca llegase a existir.
Como cuando te digo
que desde que tú,
por fin soy yo,
sin máscaras ni aditivos,
y que por eso ya no necesito matarme
sino vivirte
para saber qué es la vida
y qué la muerte.
Como cuando estamos en la cama
hablando sin aliento
sobre aquel primer beso
y acabamos teniendo el mejor polvo de palabras
que nunca nadie antes ha leído.
-Perdona:
tú me conociste como la chica triste
que escribía triste sobre cosas tristes,
y nunca te la he presentado:
La mataste
con la primera sonrisa.
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